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Pasaje: Mateo 14:22-34

 “Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: !Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” v.31

Fue el milagro de milagros.

El primer milagro multitudinario tomó lugar en Decápolis, donde aproximadamente entre diez y quince mil personas fueron alimentadas con dos peces y cinco panes.

Tan sólo me puedo imaginar la emoción, mientras la multitud veía los peces y el pan multiplicarse frente a sus propios ojos. Jehová Jireh, el Proveedor, alimentó al hambriento en un despliegue sin precedentes de Su gloriosa provisión a las multitudes.

El corazón de los discípulos debe haberse desbordado con gozo… y Orgullo.

Después de todo, ellos eran Sus elegidos. Los que fueron escogidos para caminar al lado de Cristo.

Al leer el texto, es interesante darse cuenta que, en vez de permiterles quedarse con la multitud un poco más, Jesús hizo que Sus discípulos subieran a la barca de immediato, cruzaran el mar y pasaran al otro lado adelante de El, mientras El despedía a la multitud (v.22). Creo que Jesús sabía que sus corazones estaban inflados con orgullo por ser parte del círculo más cercano del Mesías. Necesitaban retirarse, alejarse de los elogios de la gente y la substancia material del milagro, reagruparse, y entender que El había venido para ofrecerles mucho más que tan sólo pan diario.

El sabía que su fe necesitaba más pruebas y ellos estaban a punto de obtenerlas.

Exito y popularidad tienen el poder de entusiasmarnos y hacernos comenzar a esperar cosas grandes. El problema es que, aunque casi no lo sabemos, nuestras esperanzas por victorias espirituales con frecuencia incluyen esperanzas para nuestro propio progreso. Por consiguiente, después de una época de milagros y bendiciones supernaturales, Dios con frecuencia nos baja de la nube, arranca el entusiasmo, y nos envía al próximo viaje de pruebas, donde entendemos que nuestra fe debe crecer en la misma proporción de nuestra humildad y dependencia en Dios, y en Dios solamente.

Es verdad – Vemos el pan en frente nuestro y nuestra fe crece dentro de nosotros. Después de todo, podemos tocarle, saborearle, sentirle. La provisión y liberación es real. Podemos valientemente gritarle al mundo: ¡El provee! ¡El sana! ¡El reina!

Pero después, así como El le hizo a los discípulos, El nos saca de lo material y nos envia al mar de lo desconocido. En la hora oscura, tormentas rugen y nuestro barca se tambalea.

El temor surge dentro de nosotros… Y se nos olvida.

Los ojos que han visto el milagro son cegados de repente por la oscuridad que les rodea.

Las manos que tocaron Provisión no hayan descanso.

La lengua que proclamó el milagro no puede siquiera orar.

Vemos los vientos y las olas encresparse, y se nos olvida el gran milagro que acabamos de presenciar a la orilla del mar.

En nuestro estrés, vemos un ‘Fantasma’ caminando en el agua, y no nos damos cuenta que es El.

El, quien acaba de partir el pan y multiplicar los peces… camina hacia nuestra situación y no Le identificamos. El que escuchó el llorar de nuestro corazón … viene a nuestro rescate por la noche y no podemos reconocerle más allá de la tormenta.

O, como mi corazón entiende a Pedro cuando el se da cuenta de que es Jesús quien ha venido a su rescate. Como entiendo su razón al decir, “¡manda que yo vaya a ti sobre las aguas!

El sabe que Jesús es su seguridad. El está ansioso por creer. El piensa que su fe es fuerte. El confia que su corazón no fallará.

Igual nos pasa a nosotros, Pedro, igual.

Y aún así, nuestros ojos dejan de ver el rostro del Salvador y se enfocan en el mar bravo, nuestra fe probada una vez más, se nos olvidan los panes y peces. La tormenta revela nuestra debilidad…

Y nos hundimos.

O Señor, mi Dios, realmente entiendo, que no importa cuantas veces te hayamos visto actuar, nuestro débil corazón con frecuencia traiciona lo que sabemos:

Que aún cuando Tu pareces habernos abandonado, siempre estás allí…

Que lo único que debemos hacer es clamar a Tu nombre… ¡SEÑOR, Sálvame!”

Y te oimos decir:

¡Ten valor! Soy Yo.

No temas.

Puedes caminar sobre agua.

Puedes enfrentar la tormenta.

Porque es mi mano Omnipotente que te dice que salgas de una vida de poca fe a una que me mira liberarte, una y otra vez.

No confíes en tu corazón, hijo.

Sólo confía en Mi mano.

Te sacaré de las aguas congeladas, tormentosas.

Y las haré tierra firme.

Porque donde quiera que yo esté… tu no te ahogarás.

“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador” Isaías 43:2

 

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