Era el cumpleaños de su hijo. Estaba cumpliendo 21 años y esperaba tener una gran fiesta e invitar a todos sus amigos. Ya que éste era un momento tan importante en la vida de su hijo, el padre decidió enseñarle una lección sobre la amistad. Le pidió a su hijo que hiciera una lista de sus amistades más cercanas para invitarles a la gran celebración. Más tarde, el joven le entregó a su papá una lista que contenía los nombres de sus 50 mejores amigos. Su padre estuvo de acuerdo y le dijo que enviaría las invitaciones.
En el día programado para la gran fiesta, el hijo llegó al lugar, emocionado para celebrar el comienzo de la vida de adulto con sus amigos. Mientras la hora avanzaba, él, para su sorpresa notaba que solamente 15 amigos habían hecho acto de presencia. El se viró al padre, frustrado: “¡Te dí una lista de mis 50 amigos, papá!” ¿Por qué invitaste tan sólo a 15?
El padre sonrió. “Yo invité a tus 50 amigos, hijo. Sin embargo, cuando extendí la invitación, les dije que tú necesitabas de su ayuda y que hoy se encontraran contigo aquí. Sólo estos vinieron. Mira bien sus caras. Recuerda sus nombres. Estos son tus amigos verdaderos.”
Mi hermana contaba esta parábola mientras manejábamos por la bella isla de Florianápolis en el sur de Brasil durante mi visita al comienzo de esta semana. Su ilustración cuadraba perfectamente con una historia verdadera que yo le acababa de contar sobre mi reciente experiencia en relación a mis amigos en Atlanta.
Al comienzo de Enero, mi esposo perdió su trabajo de 12 años dado a que su empresa había tomado una iniciativa de reducir personal. Estamos súper contentos de que le ofrecieron una nueva posición al comienzo de Mayo, pero como en cualquier valle que cruzamos en esta vida, hay lecciones que aprendimos en estos meses pasados. De todas las bendiciones en las que hemos observado a Dios derramar sobre nuestras vidas mientras esperábamos que una nueva puerta se abriera, una se destaca: Hemos aprendido que las pocas personas a las que llamamos amigos, son verdaderamente nuestros amigos.
Estuve abrumada por el efusivo amor demostrado en estos cuatro meses. Dos parejas y sus familias nos sorprendieron en casa con cena, la noche después de que mi esposo hubiese perdido su trabajo. Una de estas parejas manejó por más de una hora en un día de semana para estar allí con nosotros. Los hombres se le acercaron a mi esposo para ofrecer cualquier tipo de ayuda.
Un ejecutivo prominente de una empresa muy grande suspendió sus actividades en medio de una semana de viajes internacionales para almorzar con mi esposo y presentarle a otro ejecutivo, con la intención de expandir su red.
Mensajes de texto llegaron a diario. Las llamadas telefónicas no cesaban. Palabras de aliento y muchas oraciones fueron ofrecidas a nuestro favor.
Si no hubiésemos pasado por este valle, hubiésemos pasado por alto la lección: “Amigo hay más unido que un hermano,” dice el Proverbio. Fuimos bendecidos al conocer que esto es verdad con las pocas personas que consideramos nuestros amigos.
La lección que el padre le enseñó a su hijo en esta parábola es importante. Porque cuando pruebas de la vida vengan – y así será – y nos encontremos en el valle, todos necesitamos de unos buenos amigos. Pero el otro lado de la lección es que cada uno de nosotros debe procurar ser un buen amigo de alquien. Porque la diferencia entre sentirnos perdidos en nuestros problemas o mantener nuestros corazones anclados en esperanza, puede ser tan sencillo como una llamada telefónica.
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