Recientemente me topé con una ilustración sobre la paciencia y el largo sufrimiento que me hicieron pausar.
Según una historia hebrea supuestamente tradicional, Abraham estaba sentado en las afueras de su tienda de campaña una noche cuando un anciano cansado viajaba por allí. El anciano se veía cansado y hambriento por su largo viaje.
Abraham se apuró para ayudar al extranjero, invitándole a pasar. Allí lavó los pies del hombre y le dió de comer y beber.
Sin duda alguna, el anciano comenzó a comer antes de orar agradecidamente. Abraham se quedó sorprendido, y le preguntó a su invitado: ¿“Usted no le rinde culto a Dios?”
El anciano contestó: “Yo le rindo culto al fuego nada más y no honro a ningún otro dios.”
Sorprendido por la respuesta, Abraham se paró rápidamente, agarró al anciano por los hombros y lo tiró fuera de su tienda de campaña en el frío de la noche.
Después de que el viajero se fue, Dios llamó a Abraham y le preguntó dónde se encontraba el extranjero. Abraham le contestó firmemente: “Lo forcé a salir porque no te rinde culto.”
Dios contestó, “Aunque me deshonra y rechaza, yo le he amado pacientemente estos 80 años. ¿No lo pudiste soportar por una noche?”
Esta alegoría me hizo pensar cuán fácil es amar a la gente con quien tenemos muchas cosas en común, y cuán difícil es extender gracia para aquellos con quienes no tenemos algo en común.
Un escaneo mental a través de los nombres de mis amistades más cercanas y me doy cuenta de que tenemos algo en común: Todos creemos las mismas cosas básicas. Esto es una tendencia natural: Poseemos un deseo intrínsico de estar en comunión con gente que piensa como nosotros. No hay hada malo en esto.
Pero la historia pinta a un Abraham quien se comporta increiblemente rudo con otro ser humano, de manera de ilustrar una preocupación más profunda que va más allá de preferencias religiosas, morales o un estilo de vida. Creo que esta historia resalta nuestra tendencia a simplemente ser inpacientes con la gente que se comporta, o piensa diferente a nosotros.
Peor aún, nos muestra el daño de considerarnos a nosotros mismos mejor que los demás y elegir quien se merece la gracia nuestra (o de Dios) y quien no.
No paro de pensar en cuántas veces juzgamos a alguien porque actúan de manera contraria de la que nosotros pensamos que deberían, o perdemos la paciencia con un ser amado porque cometen el mismo error de nuevo.
Ciertamente, ¿cuántas relaciones terminan porque elegimos no darle a alguien una oportunidad, o porque somos rápidos para descartar la individualidad de la persona porque no se parece a lo que vemos en el espejo?
No hay nada de malo en estar en desacuerdo con las decisiones de una persona. En la historia, Dios no estuvo de acuerdo con el hombre. El quiso que el cambiara y le reconociera como su Dios. Pero las decisiones del hombre no cambiaron el amor de Dios por él. Por lo contrario – El amor de Dios era paciente y largamente sufrido.
Puede ser que su hijo se esté rebelando en contra de todo lo que usted le ha enseñado, lentamente convirtiéndose en todo lo opuesto a lo que usted esperaba y por lo que oró. Puede ser que la terquedad de su esposo(a) le altere los nervios, y quizá aquello que le atrajo a usted hacia el(la) en primer lugar, es ahora un tema de constante peleas. Puede ser que su jefe sea una píldora difícil de tragar y, aunque usted realmente necesita ese trabajo, se encuentra a punto de meter su carta de renuncia. Efectivamente, quizá usted se encuentre a punto de sacar a alguien de su tienda de campaña.
Si ese es usted hoy día, ¿será posible que Dios esté probando la pureza de su corazón y la fuerza de su personalidad? Porque amar y extender gracia para aquellos que encajan dentro de nuestro molde preconcebido es muy fácil. Pero, ¿perdonar y amar a una persona inverosímil? Eso es verdadero amor.
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