“Carpe Diem. Aprovechen el día chicos. Hagan que sus vidas sean extraordinarias.”
Citado de la memorable película “Sociedad de Poetas Muertos”, éstas fueron las palabras que recordé cuando escuché que uno de los hombres más chistosos del mundo había muerto. Sus personajes me hicieron reir, llorar y recordar el mantener la perspectiva en la vida. Bien sea en “Señora Doubtfire”, donde interpretaba a un padre comiquísimo quien no dejó de tomar medidas extremas para reunirse con sus hijos, ó como John Keating, maestro de Inglés poco ortodoxo, libre de espíritu en “Sociedad de Poetas Muertos”, la entrañable personalidad de Robin Williams conquistó a Hollywood y le dió al mundo innumerables momentos de alegría por casi cuatro décadas.
Estaba pensando acerca de la muerte de Robin Williams mientras caminaba por el parque esta mañana. Observé a un señor que siempre veo con frecuencia allí. El se sienta en el mismo banco y mira hacia el horizonte, como si contemplara algo que nadie más puede ver. Su conducta es sombría. Sus ojos, siempre tristes. Nunca he visto una sonrisa, aún si gente conocida le saluda. Por la manera como se comporta, no me sorprendería si alguien me dijera que sufre de depresión severa. Ciertamente, hay gente alrededor nuestro que no pueden esconder su tristeza.
Por otro lado, las noticias sobre el suicidio de Williams impresionaron al mundo porque nosotros, sus fanaticos creímos en su sonrisa. Creímos en esos ojos que reían. Creímos que el glamur que le rodeaba era suficiente para alimentar su espíritu. Creímos que el gozo que el proyectaba mientras interpretaba a un personaje se extendía a su vida personal.
Sin embargo, no importa cuantos periodistas y psicólogos especulen sobre la razón de su depresión, una verdad es clara: Robin Williams se sintió desesperanzado. Lo suficiente desesperanzado como para quitarse la máscara, apagar la cámara y ponerle fin a su vida.
Su suicidio pone a la esperanza y al gozo en perspectiva en una sociedad donde riqueza, fama y estatus son sinónimos de éxito y felicidad. Nos recuerda que hay más de la historia que lo que se muestra en revistas y bajo las luces del escenario. Vemos las caras felices de los famosos y les creemos. Los vemos derrochar sus sonrisas, cuerpos perfectos y mansiones y creemos la propaganda – que posesiones materiales traen felicidad.
“Hay un hueco en el corazón del hombre que sólo Dios puede llenar.” En 1670, Blaise Pascal presentó este concepto en su libro “Pensées”, escrito como una defensa del cristianismo. El concepto del “hueco con forma de Dios”, sin embargo, ha tomado vida propia y ha sido usado por muchos autores teístas para referirse a la sed perpetua en el alma del hombre que sólo Dios puede satisfacer. Muchos gastan sus vidas atentando llenar ese vacío con posesiones, relaciones y logros, y con frecuencia llegan al final de sus vidas sintiéndose desesperanzados y derrotados. Por otro lado, nos encontramos con gente de mucha fe quienes tienen muy pocas posesiones y aún pasan por dolor inimaginable sin perder el gozo y la esperanza.
Para muchos, éstas personas son delirantes. Para gente como yo y muchos otros, hay una respuesta diferente. Dios es nuestra esperanza. Ese hueco especial se llena. Ciertamente, a causa de la esperanza, yo he pasado por cáncer y no perdí mi gozo. He experimentado gran pérdida financiera sin perder la perspectiva. Y mientras me enfoco en Dios, sin importar mis circunstancias, he encontrado la fuerza para seguir adelante.
Nadie conoce la relación entre Robin Williams y Dios. Yo por seguro no me atrevería a especular. Verdaderamente, hasta gente de fe puede perder esperanza. Pero yo personalmente elijo mantener a Dios en ese lugar diseñado para nadie más que El. Porque sólo en El, encuentro yo la esperanza para realmente aprovechar cada día y la fuerza para hacer que mi vida sea extraordinaria.
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