“Pelee sus batallas de rodillas.”
He tenido el privilegio de escuchar las enseñanzas del Dr. Charles Stanley de la Primera Iglesia Bautista de Atlanta por los últimos 16 años. Esta frase es uno de los “30 Principios de Vida” que el escribió, todos basados en las escrituras y sus experiencias en la vida como cristiano por más de 70 años.
Me acordé de este principio esta mañana durante mi caminata. Mis hijas han vivido malas experiencias recientemente con amistades que han demostrado ser infieles.
Mientras mi hija adolescente compartía algunas de sus dificultades conmigo, pensé acerca de mis propias batallas en mi adolescencia. Recuerdo haberme sentido ignorada, menos que, mientras que algunas chicas a quienes consideraba mis amigas me aislaban o traicionaban mi confianza. Recuerdo el dolor y cuánto afectó mi auto-estima.
Mientras pensaba cómo podía ayudar, como debería de ponerme la capa de Super Mamá y hacer algo para rescatar y vindicar a mi hija, escuché este probado y comprobado Principio de Vida sonando en mi corazón. Mientras pensaba lo que debía hacer, Dios me recordaba de las muchas batallas que El ha peleado por mí cuando yo no me apoyaba en mi propio entendimiento, y en cambio de tomar control de las cosas, simplemente oré.
Acabo de terminar de leer el libro de Josué nuevamente. A pesar de haber leído las últimas palabras de Josué a los Israelitas muchas veces en el pasado, éstas hacían eco en mi corazón de manera fresca esta mañana. Justo antes de que Josué tomase un respiro por última vez, el reunió al pueblo para recordarles de la fidelidad y el poder de su Dios.
El les recordó que no fueron sus armas de guerra las que ganaron las batallas contra gente mucho más fuerte al entrar a la tierra prometida. No era necesariamente Israel quien venció a Egipto, la mejor fuerza armada de su tiempo. No fue por su propio trabajo que maná cayó del cielo cada mañana por 40 años. Era, porque a pesar de que ellos le habían dado la espalda a Dios y se habían rebelado una y otra vez, El había sido fiel para perdonarles, protegerles, proveerles y defenderles, cada vez que sus líderes oraban.
Al refelxionar sobre lo que hizo de Israel una nación grande, y las muchas veces que Dios vino a rescatarla, no podía evitar sonreir. Porque he visto la misma mano soberana en mi vida, una y otra vez. De adolescente, cuando me sentía traicionada y sola, parece que Dios siempre me enviaba una amiga mejor. Cuando me mudé 6.000 millas lejos de casa, dejando atrás a mi país, mi familia entera y amistades, oré y observé como la mano fiel de Dios plantaba nueva gente, gente maravillosa en mi vida.
Al reflexionar sobre ésta y otras veces cuando observé a Dios actuar a mi favor, aún cuando toda esperanza y recursos materiales se habían desvanecido, me dí cuenta que una sola cosa sobresalía por encima de todas: siempre he peleado las batallas mas feroces y más exitosas de rodillas, en sumisión y humilde súplica.
Así que decidí empacar mi capa de Super Mamá, y en su lugar elegí invertir el resto de mi caminar mañanero orando por mis hijas. Al regresar a casa, mi corazón estaba lleno de confianza en la lección que compartiría con ellas. En vez de enseñarles qué hacer o cómo responderle a sus enemigos, escogí recordarles el principio probado y comprobado por nuestro pastor: Antes de hacer algo, decir algo, o escoger un arma y tácticas de guerra contra los que le han hecho daño, recuerde pelear las batallas de rodillas. Porque Dios siempre será nuestro defensor y guerrero poderoso, siempre y cuando elijamos obedecer Su palabra y confiemos en Su mano poderosa.
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