El escaló el monte Nebo, al lado de los campos de Moab. Sus pies cansados y su viejo cuerpo, se esforzaban al dar cada paso. Me imagino que la cercanía a la Promesa y la seguridad en el Pacto eran el combustible que lo impulsaron a seguir adelante al tope de la montaña… después de 40 años de errar y esperar.
“Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá.” Deutoronomio 34:4
El nunca degustaría la leche y miel. Jamás. Pero sus ojos les contemplarían a una distancia.
Dios le permitiría eso.
Y al ver la Tierra Prometida, su corazón paró… y el descansó en Dios.
“Allí, en la tierra de Moab, murió Moisés, el siervo del Señor, conforme a lo que el Señor había dicho.” (v.5)
Voy a ser honesta. Tuve un problema con esta parte de las Escrituras por mucho tiempo. Si, ya sé. Moisés se equivocó. El golpeó la roca en vez de hablarle. Pero, ¡guao! ¡Hablemos de un castigo cruel (dice mi carne)!
Al final, el sacó a los Israelitas de Egipto y transformó a una multitud de esclavos en una Nación.
No cualquier nación… La nación escogida de Dios.
El entregó los mandamientos de Dios que luego serían usados para escribir las leyes de Dios.
El aguantó a esta nación de incrédulos, rebeldes, una y otra vez, y sin embargo, oró por ellos, intercedió a favor de ellos cuando Dios había prometido castigarles.
Aún así, lo que parecía un error muy pequeño le detuvo a sólo unos kilómetros de distancia de la frontera con la Promesa que el tenía guardada en su corazón.
Terminé el estudio del libro de Deutoronomio pensando sobre la muerte de Moisés (Deutoronomio 34). Ese mismo día, un padre de familia muy cristiano había perdido su batalla contra el cáncer.
Gente de todas partes del mundo oraron fervientemente por su sanidad. Creímos que Dios haría un milagro.
Pero el milagro no llegó.
Al leer sobre la muerte de Moisés, no dejé de imaginarme cómo este amigo se apropió de esta promesa hasta el final. La Promesa de un futuro donde el vería a sus hijos casarse y tener hijos.
Y mientras mi corazón dolía por esta familia, y por una vida que parecía haber sido acortada…
Leía sobre la muerte de Moisés, y mi carne quería gritar de nuevo: “O, Dios, por qué no le dejas poner un pie en la Promesa?”
La palabra de Dios a través de Isaías resonaba duro en mi espíritu:
“¿Quién instruyó al espíritu del Señor? ¿Quién le enseñó o le dio consejos? ¿De quién recibió consejos para tener entendimiento? ¿Quién le enseñó el camino de la justicia? ¿Quién le impartió conocimientos, o le mostró la senda de la prudencia? Isaías 40:13-14
Y luego en su libro:
“El Señor ha dicho: Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni son sus caminos mis caminos. Así como los cielos son más altos que la tierra, también mis caminos y mis pensamientos son más altos que los caminos y pensamientos de ustedes. Isaías 55:8-9
Mientras meditaba sobre estos versículos tan conocidos, el Espíritu Santo me susurraba:
“Moisés no asentó pie en la Tierra Prometida porque su misión había terminado. El había acabado la carrera, terminado el camino. Mis planes para el eran mejor. Más dulce que la miel. Yo le llevé a la VERDADERA Tierra Prometida.”
Allí, el corazón de Moisés no sería nuevamente quebrantado por un Israel rebelde.
Allí, sus huesos adoloridos conseguirían sanidad completa. Su alma cansada finalmente encontraría gozo… y descanso.
Allí, no habría más dolor y pesar.
Y mientras los hijos de Israel entraban en batalla, y luego fueron rebeldes contra Dios de nuevo, Moisés había sido salvado.
Y en vez de pasar por más conflicto y dolor, EL ACOGIÓ SU RECOMPENSA.
O, amigo, ¡que bendita confianza para cubrir a nuestros corazones cuando un ser amado, un hijo del Dios Vivo deja esta tierra!
Que maravillosa Verdad a la cual aferrarnos cuando los problemas de esta vida, y aún la muerte no tienen sentido en este lado de la eternidad:
Que no podemos comprender la misericordia y gracia de Dios.. Y aún así, ¡SABEMOS que son reales y eternales!
¡Que la vida es un vapor, y pronto estaremos reunidos con aquellos quienes se fueron antes que nosotros, siempre y cuando nuestras vidas pertenezcan al Señor Jesucristo!
Mejor aún, le podemos decir a nuestros corazones esta verdad maravillosa:
Que nuestro Dios es Bueno, aún cuando lo peor pasa… Y nuestras oraciones fueron escuchadas, a pesar de que la sanidad no llegó.
Moisés vió la VERDADERA Tierra Prometida, mucho antes de que Josué y Caleb la vieran.
Sus ojos vieron a la Tierra Prometida de Abraham, Isaac y Jacob a la distancia…
Pero sus pies tocaron las calles de oro.
Mientras gente a la que amamos aparentan “perder” las batallas de la vida demasiado pronto, y a pesar de que el dolor y depresión estarán presentes por un tiempo…
A pesar de que les extrañaremos hasta el día que Dios nos llame a casa… apropiémonos de esta verdad, y repitámosla a nuestros entristecidos corazones:
Ellos no perdieron. Ellos ganaron. El amor y la misericordia de Dios les llevó a casa.
Y porque creemos en el mismo Salvador… y porque Sus llagas nos sanaron a todos, pronto les veremos de nuevo.
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