Llegando casi a los tres metros de altura, el hombre se debe haber parecido a un tanque armado frente al joven David. El usaba un casco de bronce en su cabeza y un abrigo de malla, también de bronce que pesaba 55 kilos. La Biblia describe la armadura y herramientas de guerra en detalle, dándonos una imagen vivida de la estatura y fuerza aterradora de Goliat.
David había llegado de Belén con el único propósito de llevarle comida a sus hermanos, quienes estaban batallando a los Filisteos en el valle de Elá. Pero cuando el llegó al campamento, escuchó el reto de Goliat y su blasfemia contra el Dios de Israel.
Y así la batalla se volvió suya.
Mientras David iba ante Saúl para pedir permiso para pelear contra Goliat, su pequeña estatura sorprende al rey. No era más que un niño, comparado al gigante. Saúl no veía como él podría ganar.
Y entonces David le cuenta la historia.
“Sí, yo soy el pastor de las ovejas de mi padre, pero cuando un león o un oso viene a llevarse algún cordero del rebaño, yo salgo tras el león o el oso, y lo hiero y lo libro de sus fauces. Si el animal me ataca, con mis manos lo agarro por las quijadas, y lo hiero hasta matarlo. No importa si es un león o un oso, tu siervo los mata. Y este filisteo incircunciso es para mí como uno de esos animales, porque ha provocado al ejército del Dios vivo. Todavía añadió David: El Señor me ha librado de las garras de leones y de osos, y también me librará de este filisteo.” 1 Samuel 17:34-37
GUAO.
Al leer esta historia por la enésima vez esta mañana, mi corazón se llenó de una nueva maravilla.
Me imagino que todo el incidente con el león y el oso en Belén tenía más sentido para David cuando se paró frente a Saúl y alegó su caso aquel día.
El león y el oso eran instrumentos, una oportunidad disfrazada de peligro. Ciertamente, David se debe haber dado cuenta que la pelea con aquellos poderosos y fuertes animales no era más que un ejercicio para prepararle a pelear contra los enemigos de Israel.
Y a equiparle para convertirse en Rey.
El sabía que no podía haber matado a un león y a un oso… Sin embargo, él lo hizo.
Había una sola posibilidad.
Su liberación allá en los pastos de Belén no vino de su propia fuerza. Tenía que ser sobrenatural. El mismo peso de Dios había derrotado a los animales para proteger a su ungido.
Y ahora, David sabía, sin duda alguna, que la misma fuerza y dirección que le hizo matar al oso y el león… estaría con él en el valle de Elá.
El sacó fuerzas del pasado… y se enfocó en el futuro. Con una pequeña piedra redonda, indignación justificada y amor celoso por Yahweh, el apuntó y disparó.
Dios tomó aquella pequeña piedra e hizo que le pegara a Goliat con el peso de una roca.
“Hoy mismo el Señor te entregará en mis manos. Te voy a vencer, y te voy a cortar la cabeza, y los cadáveres de tus compatriotas se los voy a dar a las aves de rapiña y a los animales salvajes. Así en todos los pueblos se sabrá que hay Dios en Israel.” (v.46)
¿Puede imaginarse a este pequeño joven parado frente al gigante con la valentía de un hombre sosteniendo un AR-15?
Sonrío al pensar en las muchas pruebas en mi vida… y cómo cada victoria ha fortalecido mi resolución de proclamarle al mundo:
Está bien… Dios está en control. He estado allí, lo he vivido y puedo testificar.
Y tengo las cicatrices para recordarme.
David tomó fuerzas para derrotar a sus enemigos de las batallas donde él vió a Dios pelear en su lugar. El no tomó fuerzas de su sabiduría, su poder, mucho menos sus circunstancias.
El tomó fuerza al darse cuenta que cada vez que su vida estaba en peligro, cada vez que su provisión parecía no ser adecuada, cada vez que sus enemigos parecían ser más poderosos y su liberación dudosa, Dios se revelaría y haría lo que sólo Dios puede hacer.
¡Oooo! ¡Es un momento de aleluya en mi escritorio ahora mismo!
Porque puede que no vea mi futuro, pero sé esto:
El mismo Dios que me libró de los osos y los leones en mi pasado…
El mismo Dios que proveyó maná en mis desiertos…
El mismo Dios quien abrió el Mar Rojo de imposibilidades ante mí, una y otra vez…
¡El tiene esto bajo control! ¡Alabado sea su nombre!
El mismo Dios quien me libró de los osos y los leones en mi pasado, el mismo Dios quien proveyó…
Por eso es que puedo mirar valientemente a cualquier enemigo a los ojos, y proclamar a cualquier circunstancia que pueda enfrentar:
“¡Por mi parte, todos sabrán que hay un Dios en el cielo y que no es por medidas mundanas o poder que El salva. Porque la batalla es suya, y el me librará de esta circunstancia. De NUEVO!”
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