Los últimos días de cualquier año cargan con frecuencia sentimientos agridulces para mí. Tiendo a mirar al pasado, dentro del año que termina con una mezcla de gozo y tristeza, orgullo y decepción.
Creo que la mayoría de nosotros no puede evitar el analizar el año que acaba y establecer nuestras esperanzas bien altas para el futuro. Tomamos resoluciones y establecemos nuevas metas. Recargamos nuestros corazones con nuevos sueños. Gimnasios se llenan en Enero; planes dietéticos son cargados en nuestros teléfonos y escritores publican libros acerca de cómo lograr más y mejores cosas. Y antes de darnos cuenta, nos unimos a la multitud, llenando nuestra lista de resoluciones del Año Nuevo con metas para ser mejor, más fuerte, más saludable y más exitosos que nunca, todo mientras nos olvidamos de buscar el rostro de Dios y pedirle que nos muestre su plan para nosotros para el Año Nuevo.
Por eso es que no tengo una lista con resoluciones para el Año Nuevo. Para ser sincera, no es que no pueda perder unas libras, comer mejor o tener más logros. Estos son objetivos perfectamente buenos. Es que mientras más busco el rostro de Dios en las últimas semanas, más lo encuentro escribiendo una resolución simple en mi corazón: El simplemente quiere que yo ame ser yo misma.
El quiere que yo tome sus regalos para mí, por muy pequeños que ellos parezcan en comparación con otros, y los atesore con gratitud sincera. El quiere que vea a mi cuerpo y que sea agradecida por lo que tengo, en vez de compararlo con el de la chica en la caminadora al lado mío. El quiere que vea mis arrugas, y las apruebe como muestra de muchas lecciones que he aprendido para convertirme en la persona que soy. El quiere que le busque a El y a su justicia primero, sabiendo que todo lo que necesito será añadido, como siempre lo ha sido.
Creo que una de las razones por la que algunos nos encontramos tan miserables al final del año es porque miramos el pasado con ojos increiblemente críticos, con frecuencia olvidando que muchas de nuestras metas no logradas nunca eran para nosotros de todas maneras. Pienso sobre mi trayectoria este año pasado al publicar mi primer libro. Me sentí miserable después de que la furia del lanzamiento del libro había terminado. Había asentado expectativas para todo el proceso que no fueron logradas.
Pero hoy me doy cuenta que esas eran mis expectativas orgullosas, no las de Dios. Estaba decepcionada porque estaba comparando mi camino con el de otras personas. ¡Que trampa! Al reconocer mi debilidad y confesar mi ingratitud, fue muy claro que había puesto metas que nunca eran para mí de todas maneras.
Mientras el 2016 empieza, lo enfoco con las expectativas y esperanzas de una niña cuando abre sus regalos en Navidad. Sé que Dios tiene regalos hermosos para el Año Nuevo. Algunos van a requerir tiempo, esfuerzo y sacrificio para poder trabajar. Algunos regalos puede que no parezcan regalos, sino cargas. Algunos serán sorpresas maravillosas, más allá de mis sueños. Pero el mejor regalo que llevo conmigo a este Año Nuevo es la paz de saber que mi camino fue diseñado especialmente para mí. Debo aceptarlo, recordándome a mí misma, asi como tengo huellas digitales que son particulares y únicas, que Dios me diseñó para alcanzar un plan que fue hecho a mi medida, sólo para mí.
Comparar mis logros con los de alguien más al final de año es una trampa que quiero evitar a todo costo en el 2016. Quiero aprender a aceptar a la persona que soy, y los regalos que Dios diseñó especificamente para mí, para tiempos como éste.
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