“¿Sabe cuando está navegando en un velero y pierde impulso? ¿Qué hace? Vira y cambia de rumbo. Debe tratar una táctica diferente con su hijo.”
Le dí pausa al episodio de mi show favorito de Televisión y tomé un cuaderno de notas. El poderoso visual era demasiado bueno para ignorarlo. Es cierto, y yo me identifico con este punto. Yo acostumbraba a navegar en velero en una bahía en la costa sur de Brasil, y lo que el personaje describe aquí arriba es exactamente lo que con frecuencia pasaba cuando yo llegaba al mar abierto con mi pequeño bote. Mientras me mantenía dentro de la bahía, era fácil navegar las aguas. Pero si yo decidía aventurar por las afueras de la bahía hacia el mar abierto, inmeditamente perdía impulso. En los días tranquilos, sin viento, me quedaba varada por un tiempo, hasta que cambiaba de rumbo. Una vez que viraba, mi bote continuaba su curso aventurero hacia el alto mar.
Dicen que la definición de locura es hacer la misma cosa una y otra vez y esperar diferentes resultados. En el show de TV que yo estaba viendo, el padre no lograba conectar con su hijo adulto, a pesar de lo mucho que trató. El se mantenía dándole consejos al hijo, buscándole, nada más para concluir que mientras más trataba, más se distanciaba el hijo de su padre ansioso. La frustración por perder control de la situación envió al padre a enfrentar un torbellino de emociones, mientras que éste obsesionadamente trataba de obtener el respeto de su hijo al cometer el mismo error una vez más.
Pareciera que no pudiéramos evitarlo, ¿cierto? Queremos hacer lo que es correcto, pero nos hallamos repitiendo el mismo patrón de comportamiento que están grabados en nuestras almas. Queremos seguir comiendo lo mismo y aún así, perder peso. Queremos comportarnos de la misma manera con nuestros esposos y esperar que el romance florezca. Continuamos dándole poca atención a nuestros hijos y queremos que se comporten mejor. Seguimos navegando el mismo mar sin viento, siguiendo la misma ruta. En nuestra terquedad, deseamos obtener cambio sin cambiar. Locura.
El apóstol Pablo abrió su corazón cuando habló de esta característica cruel del hombre. Queremos hacer el bien, pero con frecuencia no lo hacemos. ¿Por qué? Porque no lo podemos hacer por nuestras propias fuerzas. Nuestra carne nació con la tendencia de alcanzar sus propios deseos, aunque haya obtenido el mismo mal resultado una y otra vez. Nuestra única esperanza es si dejamos que Dios nos cambie primero. Sólo él puede cambiar nuestros corazones endurecidos. Nada ni nadie más puede. Es verdad. Cuando trato con todas mis fuerzas de controlar mi vida, pareciera que tan sólo reenforzara la definición de locura. Pero cada vez que dejo de tratar de controlar mis circunstancias, y en vez, las entrego a las manos poderosas de Dios, él fielmente respira un viento nuevo a mi velero; guiándome al curso que él ha planeado. Ciertamente yo creo que el verdadero cambio solamente llega cuando permito que Dios me cambie primero. No me gusta. Ni un poquito. Pero cuando reflejo en el pasado, debo decir que mis mejores viajes han sido aquellos en los que le he permitido a él dirigir. Es un voto de confianza a la vez. Es hacer menos y escuchar más. Acelerar menos y esperar más. Sólo así podemos realmente encontrar el viento verdadero y sonreir, mientras nos damos cuenta que estamos finalmente navegando en el curso correcto.
Patricia Holbrook es una autora cristiana y oradora a nivel nacional. Puede pre-ordenar su primer libro, “Doce Pulgadas-Cerrando la Brecha entre lo que Usted Sabe Sobre Dios y lo que Usted Siente” en Barnes & Nobles (via Internet) y Amazon.com. Visite su blog para leer sus devocionales en https://soaringwithhim.com/ o envíele un email a pholbrook@soaringwithhim.com
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